Estamos en el lejano oeste, durante la Guerra de Secesión Norteamericana. En la magnífica película de Sergio Leone, “El bueno”, “El feo” y “El malo” son, respectivamente, un caza-recompensas, un ladrón y un asesino a sueldo.
“El feo” lleva a “El bueno” a morir al desierto y así se cruzan con una diligencia del Ejército del Sur en la que viaja un soldado moribundo que les entrega la localización de un tesoro en monedas de oro (200.000 dólares enterrados en una tumba) a cambio de agua, pero resulta que muere sin que ninguno de los dos tenga la información completa: a “El feo” le dice el nombre de un cementerio (“Sad Hill”) y a ”El bueno” le dice un nombre escrito sobre la cruz de una tumba (“Arch Stanton”).
Aunque peleados y cada uno con la mitad del secreto, “El bueno” y “El feo” se vuelven a asociar y emprenden rumbo al cementerio con la esperanza de encontrar el oro. En el camino suceden varias complicaciones, incluido un encuentro con “El malo” del que logran escapar, y finalmente un gran duelo en triángulo en el círculo central empedrado del cementerio que culminará entre el frenesí y la delirante música de Ennio Morricone.
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